domingo, 23 de diciembre de 2007

Ella y Él

En la barra de un pequeño y sombrío bar perdido en un callejón, bebía "él", deseando que el alcohol silenciase aquellos gritos que le recordaban su nombre y que el humo del tabaco borrara de su boca el recuerdo de sus besos.

Habían pasado cuatro días, solo tres lunas sin ella y ya era otro, ya era nadie, solo un espectro en un rincón de la taberna, una delgada figura recostada sobre el mostrador con ojos profundos y sin brillo que miraban hacia adentro, unos pómulos pronunciados que sobresalían de una barba desaliñada, era el atuendo perfecto para cumplir su deseo de no existir, nadie notaba su presencia.

Él era ajeno a este mundo, ya no vivía, su cuerpo reposaba aquí pero su esencia vagaba buscado un rumbo. Cada persona vive a su propio ritmo, versátil, pero en el fondo siempre es el mismo; el de él era una melancólica y lenta melodía, en tonos graves y prolongados que contrastaban con las agudas flautas del grupo de ebrios que reían junto a la puerta, o los desafinados violines de un par de viejos que discutían en el centro del salón. Su ritmo era diferente al de cualquier otra persona de ese lugar, más oculto, más pausado, incluso más solemne que el contrabajo de aquel padre en el otro rincón que lloraba amargamente la muerte de su hijo en la guerra.

¡ Pobre hombre , que amó tan intensamente que agotó de su corazón la última gota de amor !, y ahora le queda un vació tan grande que no lo llena el olvido, en cambio lo va ocupando poco a poco la soledad, el rencor y la amargura.
Es muy difícil cuando el sufrimiento es tan intenso que ni el trago más fuerte enmascara el sabor amargo del desamor, ni embriaga lo suficiente para olvidar tan siquiera un instante esa profunda tristeza, que ya no es tristeza, es rabia, esa que impulso a ese hombre a salir del bar, atravesó el callejón siempre entre las sombras, después de unas calles llegó a casa de “ella”, y sin permiso, sin dudarlo, irrumpió por sorpresa, la asechó como un lobo a su presa, y al menor descuido se le abalanzó, con furia la tomó de los hombros y sin medir consecuencias, salvajemente le raptó el alma, le robó el aliento con un beso, un beso que materializo todo la furia y la pasión, un beso que buscaba hallar el antídoto a su dolor o la última estocada que acabara con sus penas.

El manto de la noche cubrió toda la ciudad, excepto el rincón de un bar perdido en el callejón, donde yacía un hombre, de ojos brillantes y sonrisa picara, un hombre que brillaba, que vivía…


ﻻﺮﺎﻌﺳ
Zaady Garcés Zulleymán
Dic/07

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